jueves, 3 de mayo de 2007

¿Qué lleva a un país a convertirse en gran potencia?


¿Qué transforma a las naciones ricas en “grandes potencias”? ¿Por qué a medida que los países se van haciendo más prósperos, crean grandes ejércitos, se comprometen en políticas más allá de sus fronteras y tratan de influir en la vida internacional? ¿Qué factores aceleran o retrasan la conversión de recursos materiales de una nación en intereses políticos del Estado que la representa? Estas preguntas, esenciales para la teoría y la historia de las relaciones internacionales orientan este estudio sobre el ascenso de los Estados Unidos. A través de la historia, pocos acontecimientos de la vida internacional fueron tan perturbadores como la aparición de una nueva potencia en el escenario mundial. Desde la guerra del Peloponeso, hace más de dos mil años -provocada según Tucídides, por “el crecimiento del poder ateniense y el temor que ese ascenso provocó en Esparta”[1]-, cada vez que una nueva nación se sumaba a las filas de las grandes potencias el resultado fue el desequilibrio mundial y la guerra. A lo largo de la historia, los estados que vivieron un importante crecimiento en sus recursos materiales expandieron sus intereses políticos en el exterior. Y esto puede medirse en el incremento en gastos militares, la iniciación de guerras, la adquisición de territorios, el envío de soldados y diplomáticos y la participación en la toma de decisiones en el escenario de las grandes potencias.
Este esquema era tan común, que los estadistas europeos llegaron a considerar una anomalía el hecho de que un estado no transformara su riqueza material en influencia política. En el siglo XVIII hablaban del “mal de holanda, una enfermedad que impidió a ese país, dueño de una prosperidad y una habilidad comercial inigualables, conservar su condición de Estado de gran influencia y poder”[2]. Con mayor riqueza, una nación podía levantar un aparato militar y diplomático capaz de imponer sus metas exteriores; pero, además, sus metas mismas, su percepción de las nuevas necesidades y los objetivos que se abrían, tendían a expandirse con el aumento de los recursos. Como lo comprendieron claramente los hombres de Estado europeos formados en el régimen de las grandes potencias, las capacidades modelan las intenciones.
En la segunda mitad del siglo XIX, los Estados Unidos sufrieron del mal de Holanda. Si bien Norteamérica salió de su Guerra Civil como un estado industrial poderoso, su política exterior se caracterizó por una tenaz resistencia a intervenir en asuntos exteriores. Muchos historiadores, estudiosos de ese periodo, se preguntaron por qué los Estados Unidos se expandieron en la década de 1890. Pero, para los especialistas la pregunta clave es por qué Norteamérica no se expandió antes, y porque no lo hizo más intensamente. El periodo comprendido entre 1865 y 1908 muestra muchas ocasiones en las cuales quienes tomaban las decisiones centrales del país advirtieron claras oportunidades de expandir la influencia norteamericana en el exterior y, sin embargo, no lo hicieron. En los Estados Unidos quienes tomaban las decisiones políticas centrales fueron plenamente conscientes de su fuerza, y lo proclamaron con orgullo. No obstante, el país eligió un camino relativamente aislacionista hasta llegar a la década de 1890. Fue un periodo largo, que separa la consolidación del poder económico de su transformación en una política tendiente a llevar adelante aquellos intereses. Los Estados Unidos serían, así, la excepción a los antecedentes históricos y “un desafío a la regla de formación de las grandes potencias”[3]
Los treinta años que van de 1865 a 1896 siguen representando una anomalía en la historia norteamericana. Este trabajo trata de explicar esa aparente contradicción que tiene su base en una teoría más general de la política exterior.
[4]
[1] Keohane, Robert. Neorealism and its Critics. Nueva York: Columbia University Press, 1986, págs. 76
[2] Zakaria, Fareed. De la riqueza al poder. Princeton: Princeton University Press, 1998, págs. 15
[3] Zakaria, Fareed. De la riqueza al poder. Princeton: Princeton University Press, 1998, págs.18
[4] La imagen fue tomada del sitio: http://planetahistoria.bitacoras.com/

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